Lo
cotidiano de cada mañana, genera experiencias
las cuales van más allá de las expectativas individuales.
El
recorrido diario en la ida y regreso, es un momento singular, pues se nos hace
familiar ver casi siempre a las mismas personas, solas o acompañadas, caminar
siempre en la misma dirección aunque no llevemos el mismo destino.
Y es
que desde que abordamos el autobús, el colectivo, la guagua o el monstruo
rodante, como lo bautizara el genial humorista cubano Carlos Ruíz de la Tejera,
ya establecemos el primer contacto de una jornada que pudiera ser o no
positiva.
Amaneceres
calurosos, frescos o simplemente un nuevo día, más que una rutina es parte de
nuestras vidas, la cual se nutre del trabajo y del intercambio silencioso con
esos amigos sin nombre que nos hacemos en la semana.
Caras
que reflejan la añoranza por la calidez del hogar, aquellas que muestran la
resignación de ir al lugar que nos da para comer, otras positivas ante el nuevo
día y aquellas que dicen de la tristeza por la pérdida física de un ser
querido, son los rostros que nos acompañan.
Lo
cotidiano del día a día, nos lleva a saber con exactitud en qué parada sube o
baja aquel o aquella, en su ir y regresar del trabajo formal o informal , pero
que nos pone en movimiento la mayor parte del año.
También
alimenta la rutina diaria cuando al
pasar, vemos a la pareja que saca a su mascota en el necesario paseo matinal o
simplemente, saber donde establecen la continuidad de su viaje otros que
combinan medios de transporte para llegar a su destino.
El
día a día es un algoritmo del que pocos escapan a menos que, llegue el
necesario momento de tomarse un descanso ,que los imprevistos de la vida o la
secuencia laboral varíe de manera inesperada.
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